El año se va despidiendo entre alfombras de hojas amarillas, ocres y cielos rosados. Observo el momento actual y recuerdo claramente el instante en el que lo dibujé.

Un día, no muy lejano, el dibujo entró en mi vida para quedarse. A veces me pregunto cómo vivía antes de incorporarlo de forma tan natural en mi día a día, tanto a nivel laboral como personal. Una de las grandes virtudes, a mi entender, del dibujo y del pensamiento visual (o quizás, para la faceta a la que me refiero, deba referirme a él como “sueño visual”) es su capacidad para conectar intuitivamente con algo muy auténtico nuestro.

En los últimos años he dibujado repetidamente algunos temas con los que soñaba. Lo hacía de forma inconsciente, sin control ni intención racional. Así, he pasado horas y horas delante de una mesa grande llena de revistas, tijeras, pegamento, acuarelas, transferibles, pinceles y rotuladores. Estas horas de plenitud creativa no perseguían ningún objetivo profesional ni ningún resultado final; simplemente estaban dedicadas a la esencia interior, al momento presente y al fluir con el instante. Estos espacios que alguna vez llamo “meditación dibujada” permiten llevar la atención plena a una parte muy pragmática de la tarea: recortar atentamente las piezas, pegar con pinzas y precisión los trocitos de papel, combinar los colores de pintura en la paleta, trazar una línea con un rotulador fino, limpiar los pinceles o humedecerlos en la justa medida. Mientras la cabeza racional se encarga de ejecutar de forma precisa la tarea, el yo intuitivo, el que no controlamos, se puede dedicar a crear libremente. Y así, desde una emoción, una sensación o estado de ánimo que va con nosotros, vamos creando poco a poco una pieza.

Observando los dibujos resultantes de estos momentos, veo que he ido dibujando y coloreando mis sueños de forma natural, sintiendo que eran una realidad. Esta práctica me recuerda mucho a los ejercicios que se pueden hacer de visualización, ya sea con palabras, sensaciones o collage. He comprobado que al trabajar desde la creatividad, desde lo visual, se libera la mente más racional y resulta más simple conectar con la  mente intuitiva.

Han pasado los días, incluso los años, y algunos de estos dibujos están guardados en carpetas o reposando en alguna estantería; pero todavía hoy me voy encontrando con situaciones y emociones que reconozco de aquellos dibujos. Algunas escenas e imágenes se parecen mucho a aquello dibujado. Otras no, pero puedo reconocer la emoción de aquello que soñé dibujando y sin apenas darme cuenta unos años atrás.

Recientemente tuve el honor de visualizar una charla de un maestro zen acerca de la meditación. Sus palabras me llevaron de alguna manera a estos momentos en los que dejas de intervenir de forma racional y permites que la sabiduría que hay en tus células se exprese. La creatividad, para mí, es un camino.

Para cerrar el año, te invito a permitirte algún espacio de “no intervención racional”, de silencio, para escucharte. Dibujar sin objetivo, sin focalizar en el resutaldo final, quizás pueda ser una fórmula a explorar. Deja que tu mente se concentre en la precisión del trabajo y disfruta del proceso, sin que importe su resultado. Pon el foco en el momento presente, como si meditaras dibujadamente.

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